21

Jul

2023

Artículo de opinión

Girard y “Conversación en la catedral”

He impartido en un congreso en la Universidad de Navarra (UNAV), vía online, la ponencia "Imitación y rivalidad en 'Conversación en La Catedral': una interpretación desde la teoría mimética de René Girard". Reproduzco algunos párrafos de ese texto.

Por Enrique Sánchez. 21 julio, 2023. Publicado en El Peruano, el 15 de julio de 2023.

Foto de René Girard: Compact Magazine.

Conocemos el comportamiento mimético del ser humano desde hace milenios. Pero no será hasta 1961, hasta la publicación del primer libro de Girard, ‘Mentira romántica y verdad novelesca’, cuando se teorice que la mímesis, la imitación, también afecta al deseo humano. Según Girard, el deseo humano es mimético. La mentira, la ilusión romántica, es pretender que el yo desea de modo autónomo, espontáneo y original. Que el deseo nace a partir de uno mismo, sin intermediación ajena, y que es un deseo lineal: un sujeto desea un objeto. Pero el deseo ‒arguye Girard‒ no es espontáneo, sino aprendido e imitado de otros. Casi siempre, deseamos un objeto no por lo que es en sí mismo, sino porque lo desean otros. Por eso la publicidad, tan atenta a la psicología, nos proclama que un millón de personas han leído tal libro o visto tal película. Y no muestra las características del reloj o el perfume anunciado, sino que lo asocia a una persona prestigiosa. Compramos el producto porque imaginamos que, al poseerlo, poseeremos también parte del ser, de las características, de esa persona deseable. ‘Sé como Mike’, decía la publicidad de las zapatillas de Michael Jordan.

Para Girard, el deseo, por tanto, no es lineal, sino triangular. Hay, sí, un sujeto y un objeto. Pero, entre medio, se interpone un mediador del deseo. El mediador, que puede ser una persona real o ficcional, un grupo humano, una institución, etc., ‘ilumina, a la vez, el objeto y el sujeto’, y sugiere deseos y sentimientos. Afirma Girard: ‘El prestigio del mediador se comunica al objeto deseado y le confiere un valor ilusorio. El deseo triangular es el deseo que transfigura su objeto’. Por eso, ‘el impulso hacia el objeto es impulso hacia el mediador’. En otras palabras, ‘el objeto no es más que un medio de alcanzar al mediador. El deseo aspira al ser de ese mediador’. […] En estos y otros episodios puede intuirse el motivo último de la mediocridad vital de Santiago. No es un hombre activo, sino reactivo. Desea, casi siempre, en función de los demás. Elige su universidad porque desea, miméticamente, parecerse al comunista alemán del libro ‘La noche quedó atrás’. Asume una serie de ideas comunistas, sin creer verdaderamente en ellas, contagiado por el deseo de Aída. Se encuentra sumido en la rivalidad mimética con su antiguo amigo, pero no intenta enamorar a la chica que desea. Es detenido por comunista, por participar en el ideal deseado por sus compañeros, pero no es capaz de desearlo por sí mismo, auténticamente. Queda escindido entre dos mundos, el de sus antiguos compañeros comunistas, a los que deserta, y el de su familia burguesa, a la que también rechaza. Trabaja redactando noticias sensacionalistas, que desprecia. Se casa, sin amor, por complacer el deseo de una chica. Y renuncia a la herencia, sin buscar alternativas para su matrimonio.

En un momento de la novela, le cuenta Santiago a su tío: ‘La verdad es que estoy desorientado. Sé lo que no quiero ser, pero no lo que me gustaría ser. Y no quiero ser abogado, ni rico, ni importante, tío. No quiero ser a los cincuenta años lo que es mi papá, lo que son los amigos de mi papá’. Encontramos aquí, de nuevo, una actitud reactiva. Trata de proyectar sus deseos, negativamente, como la pura inversión de los deseos y actos de su padre. Pero sigue prisionero del deseo mimético (invirtiendo, en este caso, los deseos de su padre antimodelo). Carece, en fin, de deseo propio. De ahí su frustración, su desesperanza. Por eso la novela inicia con ese párrafo tan célebre, y tan amargo: ‘Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? […] Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?’.

Frente a la abulia, frente al deseo mimético y reactivo de Santiago, se yergue el ser capaz de proyectarse, de afirmarse en el mundo. ‘El ser pasional ‒apunta Girard‒ extrae de sí mismo y no de los demás la fuerza de su deseo’. ‘Vivir ‒escribe Ortega‒ es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta’. Es desear, por sí mismo, un proyecto apasionante, para sí mismo y para la comunidad. Y empeñar la propia vida en ello.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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